Los jóvenes
de ambos sexos se han visto afectados de manera desproporcionada por la crisis
mundial que estalló en otoño de 2008. Efectivamente, el desempleo juvenil
aumentó considerablemente tras el estallido de la crisis, y la creación de
empleo en aquellos países en los que se está produciendo una recuperación es
demasiado débil para frenar el aumento del desempleo entre los trabajadores
relativamente inexperimentados, como los jóvenes que acaban de terminar sus
estudios.
Estas
tendencias han agravado los desafíos ya existentes. Antes de que estallara la
crisis, el desempleo juvenil era mucho mayor que el desempleo entre los
adultos, y muchos jóvenes instruidos que sí tenían un empleo, sobre todo las
mujeres jóvenes, desempeñaban trabajos relativamente poco calificados o
informales, lo cual provocaba una pérdida importante de recursos humanos, así
como una considerable frustración entre los jóvenes y sus familias. Como las
perspectivas de empleo siguen sin ser muy buenas, muchas personas jóvenes
pueden no ver el interés de continuar con sus estudios o de seguir formándose,
lo que tendría unas consecuencias socioeconómicas negativas. A ello se añade la
falta de oportunidades de trabajo decente en los países en desarrollo, que ha
provocado una importante emigración de numerosos jóvenes calificados.
En vista de la gravedad de la
situación preocupa que, a menos que se tomen medidas urgentes, la situación de
los jóvenes se vuelva insostenible, lo que constituye una amenaza para la
cohesión social. Además, las personas jóvenes son un recurso valioso para la
economía, las empresas y la sociedad. Este es el motivo por el cual la
promoción de más y mejores empleos para los jóvenes es una de las dimensiones
fundamentales del Pacto Mundial para el Empleo.
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